Hacía mucho que no hacía una escapadita de fin de semana, pero gracias a Alberto y Gorka que son los reyes de las quedadas, hemos ido a parar a Logroño.
Logroño es una ciudad pequeñita que a veces me recordaba a Pamplona o a alguna ciudad castellana, tiene muchísimo ambiente y su epicentro de fiesta es la famosa Calle Laurel, dónde pudimos degustar unos buenos pintxos y algún que otro vinito.
Exprimiendo el tiempo al máximo nos acercamos a Anguiano, que es un pueblecito famoso por sus Danzadores que se tiran bailando por una cuesta que lleva el mismo nombre. Es un pueblo precioso con muchísimo encanto y yo tuve la suerte de dar mis primeros pasos allí. Es un entorno que pudiera ser sacado de la famosa Toscana y como siempre me repito, en España tenemos lugares totalmente desconocidos que ofrecen un remanso de paz y naturaleza en todo su esplendor.